20/8/14

Es mejor ser una vaca en Europa que un pobre en un país en desarrollo


La frase del título es la amarga afirmación que hacía Joseph F. Stiglitz en 2006, al constatar que «la vaca europea media recibe una subvención de 2 dólares al día (el umbral de la pobreza, según el Banco Mundial). Más de la mitad de los habitantes de los países en desarrollo viven con menos. Por lo tanto, parece que es mejor ser una vaca en Europa que un pobre en un país en desarrollo».


La crisis agrícola y el subdesarrollo

Stiglitz añadía que «el cultivador de algodón de Burkina Faso vive en un país cuya renta media anual apenas supera los 250 dólares. Se gana la vida penosamente cultivando pequeñas superficies semiáridas. No dispone de ningún tipo de riego y es demasiado pobre para adquirir abonos, un tractor, o semillas de buena calidad. En cambio el cultivador de algodón californiano labra una inmensa explotación de varios cientos de hectáreas con ayuda de toda la tecnología agrícola moderna: tractores, semillas de alta calidad, abonos, herbicidas, insecticidas… La diferencia más impresionante es el riego, el agua que utiliza para este fin está fuertemente subvencionada, por lo que le cuesta mucho más barata de lo que le costaría en un mercado competitivo. Pero a pesar del agua subvencionada y todas las demás ventajas, el agricultor californiano no podría ser competitivo en un mercado mundial justo; además tiene que recibir ayudas directas del Estado que garantizan la mitad de su renta, o más. Sin dichas ayudas, producir algodón en Estados Unidos no sería rentable; gracias a ellas, Estados Unidos es el primer exportador mundial.


Veinticinco mil cultivadores de algodón estadounidenses muy ricos se reparten 3.000 ó 4.000 millones de dólares de subvenciones que les incitan a producir todavía más. Naturalmente, la subida de la oferta provoca una bajada de los precios mundiales que repercute en 10 millones de agricultores en Burkina Faso y otros países de África. En los mercados, integrados a escala mundial, los precios internacionales influyen en los precios internos de los países.

 Cuando los precios agrícolas mundiales caen debido a las enormes intervenciones estadounidenses y europeas, los precios agrícolas interiores también bajan y esto afecta a todos los agricultores, incluso a los que no exportan y sólo venden en su propio mercado. Y la reducción de los ingresos de los agricultores implica una reducción de los ingresos de todos los que abastecen a los agricultores: sastres, carniceros, tenderos, peluqueros... Todo el mundo sufre las consecuencias en el país. Esas subvenciones seguramente no tenían por objeto hacer tanto daño a tanta gente, pero esta situación era una consecuencia previsible.


Lo que supone que las medidas temporales de compra masiva de alimentos en países cuya producción agrícola se ha arruinado sólo pueden empeorar la situación si no se acompañan de un análisis y medidas para ayudar a la reconstrucción de la agricultura.


A unos, en efecto, se les persigue, más allá de la caridad de un día, con la dura ley del mercado y la imposición de las políticas del FMI y del Banco Mundial, que desmantelan los Estados prohibiéndoles apropiarse de sus recursos mineros; y a otros, si se niegan a entregar sus recursos, se les imponen la guerra y la desestabilización. Si se niegan, se emprenden contra ellos «separatismos», se orquestan campañas mediáticas que claman contra las dictaduras y se crean las condiciones ideológicas del derecho de injerencia -el deber de injerencia-. Es este orden internacional, el de un imperialismo sumido en una crisis profunda, lo que hay que reconsiderar.

No hay comentarios: